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lunes, 24 de octubre de 2011

Los Archivos del Cardenal


Carlos Peña
¿Es razonable transmitir una serie en la que -mediante la ficción- se recuerdan las violaciones a los derechos humanos cometidas en la dictadura? ¿Valdrá la pena poner en las pantallas la atmósfera asfixiante de la persecución por motivos políticos?
Carlos Larraín piensa -según declaró esta semana- que no. Él cree que algo así sólo reabre heridas y pone a la izquierda de víctima.
¿Tiene razón?
La serie, financiada por el Consejo Nacional de Televisión y transmitida por TVN, recuerda, entre otras cosas, los hornos de Lonquén -cadáveres de campesinos asesinados a los que se intentó desaparecer mediante la cal- y dibuja la escena política y social de hace treinta y cinco años y el papel que a los diversos sectores -la Iglesia, la izquierda, la derecha- les cupo en ella.
Se trata, por supuesto, de una obra de ficción: los personajes, los detalles de la trama, los incidentes, las vicisitudes, lo que ocurre y lo que no, es inventado y es un fruto de la imaginación y la creatividad de quienes escribieron el guión y de los que, echando mano a su propia memoria lo actuaron hasta darle vida. Pero justo por eso -porque no aspira a ser historia, sino que inventa una- es probable que la serie sea más apelativa y más terrible que el más fidedigno de los documentales.
Al verla, nadie podrá refutarla diciendo ¡es mentira! Sí, la historia es inventada; pero paradójicamente es real. La trampa, y la virtud de la ficción, es que propone una realidad que no es, pero que llega a ser gracias a que el espectador le presta su emoción y su subjetividad y así, mientras dura, la convierte en realidad. Sartre gustaba decir que el texto literario es un trompo extraño “que no existe sino en movimiento”. Quería decir con eso que es el lector quien, al leerlo, le da vida por el expediente de prestarle sus emociones y sus recuerdos.
De esa manera la obra de ficción -la novela, o la serie televisiva- hace que el espectador se encuentre con su propia memoria y se vea a sí mismo reaccionando frente a esa situación que, a pesar de ser un cuento, él sabe paradójicamente que es verdad.
Gracias a ese mecanismo que la ficción pone en movimiento -un embuste que nos ayuda a ver mejor la realidad- hay ficciones que llegan a ser verdad y ayudan a inteligir mejor lo que cada uno fue o dejó de ser.
Es lo que hará, sin duda, esta serie.

El diario de Agustin


¿Qué responsabilidad tuvo la prensa en las violaciones a los derechos humanos cometidas bajo la dictadura de Augusto Pinochet? Importantes sectores que apoyaron el régimen militar, incluidas las Fuerzas Armadas, aceptaron algún grado de responsabilidad en las violaciones a los derechos humanos cometidas en dictadura, con excepción de la prensa y especialmente, del diario El Mercurio.

Este diario, de propiedad de la familia Edwards por cinco generaciones, ha sido y es el más influyente y poderoso en toda la historia de Chile. 
En una investigación conducida por jóvenes periodistas, EL DIARIO DE AGUSTÍN revisa las páginas de El Mercurio y revela cómo desinformó, ocultó información y promovió las violaciones a los derechos humanos, en una especie de juicio pendiente al que comparecen agentes de la dictadura, directores y periodistas del diario, víctimas de la represión, sus familiares y abogados. 
Un relato de 80 minutos sobre el poder, que mira el pasado reciente desde los ojos de jóvenes periodistas de hoy y que ya fue presentado con éxito en festivales de Santiago y Buenos Aires.
El documental, dirigido por el destacado realizador Ignacio Agüero (Cien Niños Esperando un Tren, 1988; Aquí se Construye, 2000), recuerda la actuación de la empresa periodística de Agustín Edwards en episodios de represión como la Operación Colombo donde El Mercurio publicó el "autoexterminio" de 119 miristas.
También investiga las reuniones que habría sostenido Edwards con la CIA y Henry Kissinger, para impedir la asunción del ex presidente Salvador Allende.




Titulo: El Diario de Agustín
Duración: 80 minutos
Formato: digital / 35mm
Año de realización: 2008
Director: Ignacio Agüero
Guión: Ignacio Agüero / Fernando Villagrán
Producción ejecutiva: Fernando Villagrán / Ignacio Agüero



http://www.eldiariodeagustin.cl/


El documental El diario de Agustín, del director chileno Ignacio Agüero, tiene una génesis muy particular. Su hermano Felipe fue torturado en el Estadio Nacional de Santiago durante la dictadura de Augusto Pinochet. Años después, Felipe se doctoró en Ciencias Políticas. Su torturador, también. En un congreso sobre el tema, el hermano de Ignacio Agüero identificó a su represor y lo denunció. Este no se quedó atrás y, a su vez, acusó a Felipe por difamación. Finalmente, el juez no condenó a Felipe ya que se comprobó que efectivamente aquel hombre que había identificado había sido un torturador. A raíz de este motivo, se realizó una cena de desagravio por Felipe y, en ese marco, habló José Zalaquett, quien había sido presidente de Amnesty International. Este señor sostuvo que había mucha gente impune y que, entre los mayores impunes, estaba la prensa. Fue entonces que recordó la macabra Operación Colombo, implementada por la dictadura, a través de un titular de La Segunda, propiedad de la mayor empresa periodística de Chile: el diario El Mercurio. A Ignacio Agüero, este discurso le impactó mucho. Justo por aquella época le habían entregado al entonces presidente, Ricardo Lagos, el Informe sobre Prisión Política y Tortura en Chile, que reveló la responsabilidad de la prensa en las violaciones a los derechos humanos.
A raíz de estas dos situaciones, Agüero sintió que, como documentalista, no podía seguir adelante si no hacía una película sobre el tema. Así nació El diario de Agustín, cuyo proyecto fue premiado en su fase de desarrollo en el doc-BsAs/05 y que acaba de tener su estreno mundial apenas dos semanas atrás, a sala llena, en el marco del docBsAs/08. Escrito y producido por Agüero y Fernando Villagrán, y dirigido por el propio Agüero, el film –aún inédito en Chile– revela el rol y la complicidad de El Mercurio durante la dictadura pinochetista y se exhibirá hoy sábado a las 18 por Canal 7, en una emisión especial de Ficciones de lo Real, el ciclo conducido por Diego Brodersen, que contará con la presencia de Horacio Verbitsky.
Ignacio Aguero
Agüero señala a Página/12 que la influencia de El Mercurio “es determinante porque este diario fue, indudablemente, un factor para el golpe militar, tanto por la campaña que hizo para el derrocamiento de Allende como por nutrir al gobierno de cuadros en la línea política y en la economía. Pero ése ha sido un papel permanente de El Mercurio durante toda la historia. Es una institución que se instala como un orientador de la sociedad. Y eso es algo que sigue ocurriendo hoy en día. Digamos que en el tiempo del gobierno de Allende y del golpe militar fue extremadamente notorio y marcador, pero El Mercurio sigue siendo un poder activo”.
El film está estructurado en seis capítulos y un epílogo y, en algunas ocasiones, a través de un trabajo realizado por egresados de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, se exponen entrevistas a viejos directivos del diario –algunos se niegan a participar–, quienes están muy lejos de realizar una autocrítica. También se refieren a los hechos familiares de detenidos desaparecidos; John Dinges, que fue corresponsal del Washington Post entre 1972 y 1978, y Nelson Caucoto, abogado de la Vicaría de la Solidaridad, entre otros.
Uno de los pasajes más escalofriantes del documental es cuando se menciona que cuando ganó Salvador Allende, Agustín Edwards, propietario del diario, se reunió con Henry Kissinger y con el director de la CIA, Richard Helms, con el objetivo de imposibilitar el ascenso del líder socialista. ¿Cuál era el interés de El Mercurio para adentrarse en esta operación? Agüero lo explica así: “El interés tiene que haber sido la defensa de su propio diario porque ellos creían que el gobierno de Allende era totalitario, que iba a expropiar el diario. En el fondo, Agustín Edwards estaba defendiendo sus propios intereses económicos. Era un interés personal que tenía. Pero también porque para ellos como dirigentes de una clase, era inaceptable que se instalara un gobierno socialista. Entonces, para ellos era totalmente normal tomar las medidas necesarias y, en ese sentido, para Edwards lo más natural fue no solo reunirse con Kissinger y con Helms sino también con Nixon”. Durante el relato de esas reuniones, el film denuncia que el gobierno de Nixon aportó dinero al diario. “Lo que dice la propia gente de El Mercurio es que el diario dejó de recibir avisos publicitarios porque hubo un decaimiento de la economía”, dice Agüero acerca de la palabra oficial. Pero por otro lado, ese dinero “era para financiar la campaña anti-Allende en las páginas del diario. Hay evidencias de eso porque aparecieron numerosos avisos firmados por organizaciones inexistentes (que, por supuesto, era la CIA) de campañas antiAllende”, subraya Agüero.
Un capítulo refiere a la Operación Colombo, conocida también como “La lista de los 119”. Según señala Agüero, a través de esa lista la dictadura trató de lavar su imagen y dar la idea de que en Chile “no existían los detenidos desaparecidos porque, a poco tiempo del golpe militar, se formó una campaña internacional que preguntaba por la suerte de los detenidos que se encontraban desaparecidos, y muchos de ellos, muertos”. La dictadura hizo aparecer dos listas en dos medios extranjeros (Revista Lea, en Argentina, y Diario O Novo Día, en Brasil) que tuvieron solamente una edición; es decir que solo fueron creados para dar una información falsa: en ella se detallaba que las personas mencionadas en el periódico y la revista eran activistas chilenos en la clandestinidad que se mataron entre ellos en el exterior, más precisamente en Argentina y Brasil. En realidad, las personas de esa lista habían desaparecido en Chile y, para ocultarlas, se habían utilizado cadáveres argentinos no reconocibles que, en los papeles, se le adjuntaban cédulas de identidad de esos desaparecidos chilenos, de modo que pareciera que eran ciudadanos trasandinos que habían cruzado la frontera y se habían matado entre sí. Por esto, es que Agüero sostiene que “la Operación Colombo fue parte de la Operación Cóndor”. Por otro lado, el cineasta afirma que “no se puede comprender la Operación Colombo sin El Mercurio porque la información que este diario daba era lo que se pretendía que se creyera. Entonces, El Mercurio, inmediatamente publica como una noticia verdadera el hecho de la Operación Colombo”, sin corroborar la información, agrega el director.
El diario de Agustín también refiere el caso de un cuerpo que fue encontrado en la costa chilena, a la altura de La Playa de los Molles, y del cual El Mercurio informó que se trataba de una hermosa joven de 23 años que había sido asesinada producto de un crimen pasional. Pero la realidad indicaba que esta mujer, Marta Ugarte, 42 años, militante del Partido Comunista Chileno, había sido detenida el 9 de agosto de 1976 y estaba desaparecida. Fue su cadáver el que apareció flotando en la costa. “El caso de Marta Ugarte es sobre el único cuerpo que apareció de cientos que fueron lanzados al mar para borrar toda evidencia de los crímenes. Por lo tanto, que apareciera el cuerpo de esta militante lanzada al mar, podía delatar toda la operación de exterminio, en ese caso de los militantes comunistas”, sostiene Agüero en relación al motivo de la puesta en marcha de este operativo de información falseada.
Otra de las operaciones se sitúa en 1987 cuando el papa Juan Pablo II pisó Chile y se produjeron incidentes en el Parque O’Higgins, desde donde hablaba a una multitud. “Lo que ocurrió fue que El Mercurio, aliado con la CNI (que era la policía secreta que reemplazó a la DINA), publicó simplemente la información que daba la CNI, sin corroborarla”, sostiene Agüero. El Mercurio publicó fotografías de dos estudiantes, acusándolos de ser miembros del Partido Comunista que habían intervenido en los incidentes, cuando, en realidad, estos dos jóvenes no habían estado en ese lugar. “Lo que hizo la CNI fue entregar fotos de estos estudiantes que eran de la Universidad Técnica”, comenta Agüero, quien agrega que, “en operaciones de inteligencia, la CNI inmediatamente sacaba las fotos que tenía a mano de su actividad de inteligencia en la universidad. Entonces, les tocó a ellos pero les podría haber tocado a otros. Ellos no eran militantes del PC. Uno participaba de movimientos cristianos de la Iglesia Católica y el otro era un estudiante que participaba por supuesto en actividades de la resistencia pero como independiente. Se publicaron fotos de ellos dos, acusándolos, y se relacionaron las fotos de ellos con fotos de personas que aparecen en el Parque O’Higgins, con un cierto parecido”.
Agüero concluye que “todo esto que estamos reseñando muestra el anticomunismo criminal de El Mercurio. O sea, El Mercurio tiene derecho a ser contrario al Partido Comunista pero lo que este diario ha hecho durante su historia de estos últimos cuarenta años es una acción directa de represión con resultados de muerte sobre los opositores a la dictadura”. Quizá como reflexión valga la pena mencionar una información brindada en el Noticiero Chileno de 1974 cuando El Mercurio lanzó su edición 50 mil. Con un estilo muy similar al histórico Sucesos Argentinos, el locutor anunciaba: “Autoridades entre las que se cuentan los integrantes de la Junta de Gobierno, y personeros de la empresa, se dan cita en un almuerzo de camaradería y reconocimiento a lo que El Mercurio representa para el periodismo tanto nacional como extranjero. Hicieron uso de la palabra, el director de El Mercurio de Valparaíso, Alex Varela, y el presidente de la Honorable Junta Militar de Gobierno, Augusto Pinochet, quien destacó el rol que El Mercurio siempre ha jugado por defender los principios cívicos y democráticos de nuestro país”. La historia no indica lo mismo.


La importancia de llamarse Edwards


Tribunal de Etica del Colegio de Periodistas absolvió al dueño de “El Mercurio”
AGUSTIN Edwards: le extendieron certificado de buena conducta.

Sorprende, una vez más, la distancia que hay en Chile entre los dichos y los hechos. Mucho se habla de justicia, pero poco -y deficientemente- se la practica. Se dice “no a la impunidad”, pero a la hora de las decisiones, el peso de los poderes fácticos se impone por sobre las convicciones. Eso permite, entre muchas otras cosas, que Augusto Pinochet viva cómoda y tranquilamente la última etapa de su vida, convencido que hizo un bien a Chile y que de nada tiene que arrepentirse.
Lo mismo corre para otros poderosos intocables, libres incluso de sanciones éticas. Es el caso de Agustín Edwards Eastman, periodista y dueño de la cadena de diarios de la empresa El Mercurio, heredero de uno de los grupos económicos más antiguos de Chile y presidente de la Fundación Paz Ciudadana -junto a otros ilustres cargos-, quien resultó ser inobjetable para las instancias del Colegio de Periodistas encargadas de velar por la ética de sus miembros en el desempeño de sus funciones profesionales. Así lo establece el fallo emitido el pasado 3 de diciembre por el Tribunal Nacional de Etica y Disciplina del Colegio de Periodistas al rechazar la petición formulada por el director de Punto Final, Manuel Cabieses, para que se abriera un sumario al magnate de la prensa “a fin de determinar su responsabilidad en el golpe de Estado de 1973 y, por tanto, en las violaciones de los derechos humanos que durante 17 años se produjeron en Chile”. Los cargos, fundamentalmente, son las gestiones realizadas por Agustín Edwards ante la Casa Blanca, desde septiembre de 1970, pidiendo la intervención del gobierno de Estados Unidos para impedir que el presidente electo, Salvador Allende, asumiera el cargo y luego, ya en el poder, para derrocarlo del gobierno constitucional. Como parte activa de esta conspiración, El Mercurio recibió más de un millón y medio de dólares de la CIA. Estas evidencias, como consignó Cabieses en su demanda, están descritas en documentos públicos como el Informe Church, del Senado de Estados Unidos, las memorias del ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, documentos desclasificados de la CIA, testimonios de ex altos funcionarios del gobierno de Richard Nixon y en diversos trabajos de investigación periodística.
Con estos antecedentes, Manuel Cabieses dirigió su solicitud de sumario el 9 de enero de 2001 a quien presidía en ese momento el Consejo Metropolitano del Colegio de Periodistas, Renato Leyton, pidiendo la aplicación de la máxima sanción a Agustín Edwards, es decir, la expulsión de la orden, por grave violación del Código de Etica, especialmente de los artículos 1º, 5º y 28º. En estos se señala el deber de los periodistas de estar al servicio de la verdad, de los principios democráticos y los derechos humanos; que el derecho a informar se debe ejercer de acuerdo con las normas éticas y no puede ser usado en detrimento de la comunidad o de las personas, y que son faltas a la ética profesional -entre otras- participar en violaciones a los derechos humanos, la censura, el soborno, el cohecho y la extorsión.
Casi tres años después, tras un lento procedimiento y una apelación de última instancia, se confirmó el rechazo a la petición. Junto a otras consideraciones, el Tribunal Nacional de Etica y Disciplina del Colegio de Periodistas estimó que no procedía juzgar el comportamiento de Agustín Edwards de acuerdo con el actual Código de Etica, aprobado en 1999, sino con la Carta de Etica vigente en aquella época. Y argumentó que los antecedentes disponibles “no nos permiten concluir con plena convicción que se hayan cometido las infracciones a dicha Carta, tal como lo señala la denuncia”.
Curiosamente, al presentarse la denuncia el año 2001 uno de los fundamentos que utilizó el primer fiscal del caso para recomendar la apertura de una investigación sumaria es que los artículos 1, 2, 4, 7 y 8 de la Carta de Etica Periodística -vigente en la época de los hechos denunciados- “habrían sido transgredidos por el Sr. Agustín Edwards E., sea directamente o en su calidad de responsable de la publicación de los diarios de la cadena El Mercurio


PROCESO KAFKIANO

Cuando se presentó la denuncia, el Consejo Metropolitano del Colegio de Periodistas designó al consejero Juan Domingo Silva para que estableciera si correspondía iniciar un sumario contra Edwards. El 21 de abril del 2001, Silva recomendó hacerlo y constituir una comisión ad hoc para revisar el comportamiento y responsabilidad de los periodistas y los medios en los acontecimientos anteriores y posteriores al golpe de Estado. Pero nada de eso se hizo. Más de un año después, el 30 de septiembre de 2002, el Tribunal de Etica y Disciplina de la Región Metropolitana -presidido entonces por la periodista Cecilia Alzamora- decidió unánimamente declararse incompetente. ¿Razones? La inexistencia en Chile de documentación y evidencias o testimonios que respaldaran la acusación, “ni personas u organismos dispuestos a entregarlas”. El tribunal argumentó también que no estaba en condiciones de iniciar una investigación propia sobre hechos ocurridos hace 30 años y que sólo contaba “con los antecedentes de unos archivos de un organismo de inteligencia de un país extranjero, lo que estimamos insuficiente”.
En su calidad de denunciante, Manuel Cabieses recurrió el 2 de octubre del mismo año al Tribunal Nacional de Etica para solicitarle que ordenara al Tribunal Metropolitano abrir el sumario, pues existían antecedentes suficientes. A la misma conclusión llegó ese tribunal el 30 de octubre. Por lo tanto, instruyó al Tribunal Metropolitano de Etica para que diera curso al proceso, considerando además que las faltas por infracción a los derechos humanos no prescriben.
Sin embargo, en los ocho meses siguientes hubo renuncias y nuevas incorporaciones de miembros al Tribunal Metropolitano de Etica, lo que se tradujo en cero avance en el proceso. Sólo se reinició el 1 de julio de 2003, entonces presidido por Oriana Zorrilla e integrado por Margarita Pastene, Víctor Abudaye, Alfredo Taborga y Humberto Zumarán. El 8 de julio de 2002 este tribunal resolvió por unanimidad rechazar la denuncia, pues su función “es resolver conflictos derivados del ejercicio profesional en el campo ético-periodístico” y “las opciones ideológicas y políticas del propietario de un medio de comunicación para oponerse o defender un régimen político, bajo cualquier circunstancia, entran en el campo de la libertad de conciencia, que un tribunal ético no puede juzgar”.
El 16 de julio, Manuel Cabieses apeló al Tribunal Nacional señalando que la argumentación anterior era “vergonzante” y que su acusación se dirigía contra “el periodista Agustín Edwards, director de El Mercurio, inscrito con el Nº 88 en el Registro Nacional de la orden” y no contra el empresario. Y agregó que no eran materia de sumario sus opciones ideológicas, sino sus “actos que han violado el espíritu y la letra del Código de Etica del Colegio de Periodistas”.


“PERSECUCION POLÍTICA”

Así, el proceso quedó en manos del Tribunal Nacional de Etica, integrado por Lidia Baltra Montaner (presidenta), Felidor Contreras Muñoz (secretario general), Jorge Donoso Pacheco, Guillermo Hormazábal Salgado (ambos, ex presidentes del Colegio de Periodistas) y Guillermo Sandoval Vásquez. Posteriormente, Lidia Baltra se inhabilitó para participar en este proceso argumentando, como razón principal, el hecho de aparecer públicamente integrando el Grupo de Amigos de Punto Final.
El periodista Felidor Contreras, designado fiscal instructor del caso, propuso al Tribunal Nacional acoger la apelación, dejando sin efecto el fallo de primera instancia. Destacó en su informe que “la calidad de periodista se adquiere por el título universitario o por imperio de la ley y desde ese momento forma parte indisoluble, indivisible e inseparable del ser de esa persona... Ningún periodista puede decir que se quitó esa calidad, que el terno de periodista lo dejó en el hotel o en el automóvil antes de ingresar a la Casa Blanca a conversar con Nixon”. Además de proponer la expulsión de Edwards por apoyar e impulsar la campaña de terror contra el gobierno constitucional de Allende, hizo notar que el Tribunal Metropolitano no dio a conocer al director de El Mercurio la denuncia en su contra, sólo le comunicó el fallo de primera instancia que la rechazó.
Cumplida esa diligencia por el fiscal, se citó a Agustín Edwards a tres reuniones, pero no apareció y tampoco envió un abogado en su representación. En cambio, mandó dos cartas. En la primera dice que la acusación, “cuyo contenido injusto y erróneo me ha afectado dolorosamente”... “no tiene relación alguna con el ejercicio de la profesión, en virtud de la cual participo desde hace más de 45 años en el Colegio de la orden”. Añade que “por eso, hacerme cargo de la acusación constituiría un precedente para estimular la politización de nuestra organización gremial”.
En su segunda carta al tribunal reacciona ante el informe del fiscal señalando que confirma sus aprensiones “en cuanto a que esta acusación, así como los antecedentes en que ella se funda, tiene una inspiración estrictamente política”. Argumenta que “mi profundo compromiso con la libertad de expresión e información” le ha hecho optar por no rectificar las publicaciones biográficas o memorias de quienes, según dice, le han atribuido un papel decisivo en hechos ocurridos hace 30 años. Expresa, además, su confianza en que las autoridades del Colegio de Periodistas “no se prestarán para validar estas acciones de persecución política”.
Obviamente, el director de El Mercurio no consignó a propósito de su “compromiso con la libertad de expresión” -y tampoco el tribunal, a pesar que fue agregado a los antecedentes por el denunciante- el reclamo que presentó al Colegio el periodista de TVN Santiago Pavlovic, en diciembre del 2000. Pavlovic denunció que El Mercurio nunca publicó una carta suya en respuesta a falsas imputaciones publicadas en el cuerpo Reportajes sobre un programa de Informe Especial, donde se informó de los dineros entregados por la CIA al diario de Edwards. “Uno de los elementos más injuriosos de la crónica -acusó Pavlovic- fue plantear que el programa sería parte de una campaña de la ultraizquierda”.
Volviendo al caso actual, el fallo del Tribunal Nacional de Etica y Disciplina de la orden resolvió rechazar la apelación de Manuel Cabieses con los votos de Guillermo Hormazábal, Guillermo Sandoval y Jorge Donoso. Hubo un voto fundamentado en contra, de Felidor Contreras. En la resolución de mayoría se declara plena coincidencia con el fallo de primera instancia, añadiendo que de las pruebas presentadas “no se puede concluir que la conversación del colega Agustín Edwards con el presidente norteamericano Richard Nixon haya sido la causa eficiente para que éste ordenara la intervención de la CIA en nuestro país”. También estima que el objetivo de esa gestión “no puede interpretarse inequívocamente como el llamado a un golpe de Estado”. Y “mucho menos se puede atribuir a esa gestión, único hecho citado como fuente de esa responsabilidad, el atropello masivo a los derechos humanos que existió en nuestro país durante la dictadura encabezada por Augusto Pinochet, cuando sus responsables han sido condenados o están sometidos a proceso por los tribunales de nuestro país”. No hay ninguna alusión al dinero de la CIA que recibió El Mercurio.
En su voto de minoría, Felidor Contreras reiteró su postura de expulsar del Colegio de Periodistas a Agustín Edwards por violar el artículo 1° de la Carta de Etica y los artículos 1°, 5° y 28 del actual Código de Etica. En definitiva, “el hombre duraderamente más influyente de Chile”, como llama a Edwards el escritor Armando Uribe, sigue impune, libre de polvo y paja
PATRICIA BRAVO
¿Quién recibió los billetes de la CIA?

De modo que somos abierta minoría: obtuvimos sólo uno de cinco votos.
Y los cuatro colegas -que de una u otra manera apoyaron a Edwards- nos proponen un ejercicio de disociación que linda con la esquizofrenia.
Tenemos que separar con bisturí al Edwards-periodista del Edwards-propietario de El Mercurio, al Edwards-empresario y al Edwards-político. ¡Qué raro ejercicio para cumplir con la gimnasia de lo “políticamente correcto”!
Todos sabemos quién entró al despacho oval de la Casa Blanca el 15 de septiembre de 1970: fue el propietario de la cadena El Mercurio. Y todos sabemos la tragedia que se desencadenó a partir de esa reunión con el presidente Richard Nixon y su asesor de Seguridad Nacional, Henry Kissinger. Una tragedia que tuvo como primera víctima al comandante en jefe del ejército, general René Schneider, en octubre de 1970.
Todos sabemos -porque consta en documentos oficiales- de las jugosas partidas en dólares que recibió El Mercurio para prestarse al complot.
Los billetes-coima son aquí un agravante.
¿Quién los recibió? ¿El empresario, el político, el periodista, el dueño del imperio periodístico?
Sólo el empresario-político, nos dice el Tribunal Nacional de Etica y Disciplina del Colegio de Periodistas, por lo que no está sujeto a la Carta de Etica.
No queda más camino que ampararnos en palabras pronunciadas el 11 de septiembre de 1973: “Tengo fe en Chile y su destino, superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse”
PATRICIA VERDUGO

Dinero de la CIA financiaba “El Mercurio”


Entre los numerosos medios de prueba presentados en este intento por sumariar y expulsar del Colegio de Periodistas a Agustín Edwards, Manuel Cabieses puso a disposición del tribunal ético el libro Allende, cómo la Casa Blanca provocó su muerte, de Patricia Verdugo (Catalonia, agosto 2003), y un artículo de Peter Kornbluth, director del proyecto de Documentación sobre Chile en el National Security Archive de la Universidad George Washington, publicado en septiembre-octubre en la revista Columbia Journalism Review (reproducido en PF N° 553).
Kornbluth aporta detalles de los documentos desclasificados por la CIA y la Casa Blanca sobre las gestiones de Edwards en Washington en los años 70. Proporciona, además, pormenores de la entrega de casi dos millones de dólares de la CIA a El Mercurio, autorizada por Richard Nixon en 1971 y 1972 para financiar la campaña destinada a crear condiciones favorables al golpe militar.
La periodista Patricia Verdugo describe minuciosamente esos mismos hechos a partir de las fuentes norteamericanas. Así, relata la reunión en la Casa Blanca entre Nixon y Agustín Edwards el 15 de septiembre de 1970, gestionada por el presidente de la Pepsi Cola, Donald M. Kendall: “Se encontraron en un ‘desayuno de trabajo’ al que también asistieron el empresario Kendall, Kissinger y John Mitchell, fiscal general. (...) En suma, el poderoso empresario chileno Agustín Edwards pidió la ayuda de Estados Unidos para impedir el desastre en Chile. Kissinger, en sus memorias, Los años en la Casa Blanca, le endosa al chileno Edwards la responsabilidad de haber presionado a Nixon, de haberle ‘calentado’ el ánimo para que decidiera acciones drásticas”. Más adelante, Patricia Verdugo cita al Informe Church, donde se da cuenta del resultado de esa reunión: “El 15 de septiembre, el presidente Nixon informó al director de la CIA, Richard Helms, que un gobierno allendista no era aceptable para los Estados Unidos e instruyó a la CIA para que jugara un rol directo en organizar un golpe de Estado en Chile, para evitar que Allende accediera a la presidencia”.
En otra parte del libro, la escritora y periodista reproduce otra aseveración del mismo informe: “La CIA gastó más de un millón y medio de dólares para apoyar a El Mercurio, el principal diario del país y el más importante canal de propaganda en contra de Allende. De acuerdo a los documentos de la CIA, estos esfuerzos tuvieron un rol significativo en la creación de las condiciones para el golpe militar”. El dinero llegó a El Mercurio por intermedio de la transnacional ITT, a través de una cuenta bancaria en Suiza.
Patricia Verdugo ratificó todo lo publicado en su libro y sus dichos en la entrevista publicada en PF N° 552 y ante el Tribunal Nacional de Etica y Disciplina del Colegio de Periodistas, como testigo referencial en el “caso Cabieses versus Edwards”. En esa ocasión, destacó que el hecho que Agustín Edwards nunca se haya querellado contra el gobierno de Estados Unidos “constituye prueba de que efectivamente recibió casi dos millones de dólares por hacer participar a su cadena de diarios en el complot para desestabilizar la democracia en Chile”. A su juicio, sancionar a Edwards con su expulsión del Colegio de Periodistas de Chile “sería un mínimo acto de reparación”
Periodistas y propietarios

La función de los profesionales de la comunicación suele situarse a medio camino entre el propietario de los medios y el receptor pasivo. Son intermediarios dentro del juego de la alienación universal, sometidos a reglas muy duras dentro de una economía de mercado mediático. Que lo serán todavía más, porque es un mercado limitado y hay demasiados profesionales para una industria cultural mediática en proceso continuo de concentración (dentro de cada mercado nacional) y con clara decantación hacia el Norte (en el contexto global).
Hace veinticinco años propuse que se incorporara la lectura de los medios de comunicación en las escuelas. Es decir, enseñar a decodificar, como única posibilidad de ser un receptor libre. Nos rasgamos las vestiduras cuando nos enseñan historia, pero aprender a ver y decodificar un mensaje televisivo es una cuestión fundamental de supervivencia democrática. Para saber “leer” cualquier medio, en cualquier lenguaje, lo primero que hemos de aprender es quién es el propietario de ese medio y a partir de ahí se puede empezar a decodificar cada lingüística comunicacional.


MANUEL VAZQUEZ MONTALBAN
(Del artículo “Los estuches de la libertad”, publicado en Brecha, Montevideo, 23-1-98)

GENERAL PINOCHET HABLA SOBRE EL 11 DE SEPTIEMBRE


PINOCHET HABLA DEL COMUNISMO EN CHILE Y SUDAMERICA


Roberto Thieme ratificó que la Armada financió y entregó explosivos a Patria y Libertad

04/09/2003




Roberto Thieme Schiersand, secretario general del frente nacionalista Patria y Libertad al momento del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, ratificó sus dichos sobre la influencia de la Armada de Chile en desestabilizar al gobierno de Allende. En entrevista con El Diario de Cooperativa, Thieme explicó que "Patria y Libertad jamás tuvo una política militar de ataque a personas", la relación del movimiento con asesinatos de altos personeros se debió a una "satanización" de los medios de la época.



Al explicar la actuación del movimiento de ultraderecha durante el gobierno del Presidente Salvador Allende (1970-1973), Thieme sostuvo que a partir de abril de 1971 el frente comenzó a forjar un proyecto país doctrinario "para mover a las Fuerzas Armadas para terminar con la experiencia marxista". Con respecto a la relación que tuvo Patria y Libertad con el almirante José Toribio Merino, Thieme afirmó que a partir de noviembre de 1972, cuando el Presidente Allende incorporó a los comandantes en jefe en su gabinete, "la Unidad Popular cogobierna con los altos mandos de las Fuerzas Armadas, las Fuerzas Armadas dejan de lado su prescindencia política e ingresan a un gobierno de signo socialista-marxista". En este momento – relata Thieme- Patria y Libertad se dio cuenta que "la forma de presionar a las Fuerzas Armadas para que actúen era contactar a los coroneles y comandantes de unidades a lo largo de Chile, y efectivamente decidimos establecer una política militar, y por un lado influenciar a las Fuerzas Armadas para terminar con la experiencia de Allende y por el otro lado crear un frente de operaciones que ante una eventual quiebre de la institución armada, que generan las guerras civiles, iba a apoyar a la facción nacionalista". "Con el "tancazo" del 29 de julio de 1973 se revela un regimiento como gesto de protesta, se quiebra la sacrosanta prescindencia política oficial de las fuerzas armadas y viene el proceso organizado por la marina a partir del paro de julio del 73 en que se nos pide colaborar mediante actos de sabotaje para crear las condiciones objetivas del golpe", indicó Thieme. De esta manera el frente nacionalista inició un programa de sabotaje contra el gobierno de la Unidad Popular, gracias a la información y a los explosivos que les proporcionó la armada para cometer atentados estratégicos y desestabilizar al gobierno de Allende. Agregó que la misión era desestabilizar el gobierno de la Unidad Popular (UP) pero subrayó que "Patria y Libertad jamás tuvo una política militar de ataque a personas o dirigentes políticos". "Tuvimos presiones sí, pero yo rechacé eso y jamás Patria y Libertad actuó en ese sentido", afirmó. El líder del movimiento explicó que durante la administración de la UP la prensa y los sectores políticos los relacionaron con los asesinatos del general René Schneider previo a que el Presidente Salvador Allende asumiera el cargo, pero recordó que en esa época el movimiento aún no existía y que "según los textos de historia y las desclasificaciones de la CIA indican claramente que ese complot fue generado por la administración Nixon-Kissinger a través de la embajada en Chile, conectada con el general en retiro Viaux, el general Camilo Valenzuela y algunos grupos de ultraderecha". "La prensa marxista de la época nos satanizó desde el primer momento con la complicidad de la derecha que en ese momento estaba firmando pactos de alianza con la Democracia Cristiana, sus históricos enemigos, entonces le convenía al establishment político de derecha y de izquierda ubicar un movimiento en la ultraderecha, nada mejor que Patria y Libertad", advirtió.


http://www.cooperativa.cl/p4_noticias/site/artic/20030904/pags/20030904095300.html

Vocero de Patria y Libertad habla del secuestro de Pinochet


 12/04/2008

Entrevistas a Roberto Thieme






Roberto Thieme habla sobre el Frente Patria y Libertad





Roberto Thieme explica como murio Mario Aguilar




Feria del Libro de Vina del Mar. Enero del 2008









LOS SECRETOS DEL MATRIMONIO THIEME-PINOCHET


l ex jefe operativo de Patria y Libertad recuerda las presiones de brasileños e israelitas para hacerse cargo del desarrollo del cohete Rayo, un proyecto emblemático del general Pinochet. Los celos enfermizos de Lucía desencadenaron el rápido fin de la relación. Anticipo del libro de Manuel Salazar.





Domingo 25 de febrero de 2007
Manuel Salazar
Poco antes del mediodía del 13 de julio de 1992, sonó el teléfono en la oficina que Roberto Thieme tenía en Fort Lauderdale, en Florida, Estados Unidos. Al otro lado del auricular, una cálida voz femenina se identificó como Lucía Pinochet Hiriart. Dijo que venía llegando a Estados Unidos, que algunos amigos le habían sugerido que lo llamara, que él le podía ayudar a montar una empresa de exportaciones de muebles y maderas desde Chile. Traía varias carpetas con los productos y quería mostrárselas.
Esa tarde se encontraron en un restaurante en Miami. Nunca se habían visto y les bastaron algunos minutos para darse cuenta de que era como si se conocieran de años. Hablaron sólo unos diez minutos de muebles y madera. Luego, sin más preámbulos, entraron de lleno al pasado reciente, al más lejano y al presente, al hoy y ahora en Florida, donde ambos coincidían en la búsqueda de un futuro más promisorio.
A los 50 años, la hija mayor del general Augusto Pinochet mostraba una silueta delgada y atractiva. Sus piernas bien torneadas, sus caderas firmes y el busto erguido provocaban aún las miradas insinuantes de los hombres. Había salido de Chile huyendo de los escándalos económicos protagonizados por ella y su familia, los que recién empezaban a ser ventilados por la prensa y sacudían el período de transición a la democracia que dirigía Patricio Aylwin.
A lo menos dos de esos bochornosos episodios la comprometían directamente.
El caso más bullado había sido la difusión de varios reportajes que daban cuenta de las jugosas comisiones que Lucía y su segundo esposo, Jorge Aravena, habían conseguido como corredores del Instituto de Seguros del Estado, (ISE) a partir de 1983. Grandes empresas públicas como la Corporación de Fomento, (Corfo); LAN Chile, la Empresa Nacional del Carbón, Enacar; y el Banco Central, entre otras, que siempre habían contratado seguros sin intermediarios, fueron inducidas a requerir los servicios de las empresas corredoras creadas por la pareja.
Los chilenos vivieron un difícil 1983, con una cesantía real que superaba el
35%. Lucía Pinochet y su esposo, en tanto, consiguieron sólo en cinco meses comisiones por un monto cercano a los 30 millones de pesos.
Al promediar 1991 el general Jorge Ballerino, el jefe del Comité Asesor de Pinochet, le había pedido al ministro secretario General de Gobierno, Enrique Correa, que hiciera algo para evitar que los diarios siguieran publicando nuevos antecedentes sobre el caso del ISE.
A comienzos de octubre, el general Pinochet visitó al Presidente Aylwin en su casa y le mostró una carpeta con recortes del diario La Nación. En ellos aparecían profusamente sus hijos Lucía y Augusto, junto a ex agentes de la DINA y de la CNI que eran investigados por violaciones a los derechos humanos. Se quejó amargamente porque el gobierno no controlaba a la prensa e insistió en que estaba desatada una campaña en contra del Ejército y de su familia.
Pinochet y Ballerino siguieron insistiendo en los meses siguientes hasta conseguir que desde La Moneda se instruyera a los periódicos amigos para que evitaran las publicaciones sobre la familia del general. En los días previos a Navidad, el ministro del Interior, Enrique Krauss, recibió una carta donde Pinochet le agradecía "como padre" las gestiones oficiales por su primogénita.
En el verano del 92, Inés Lucía aterrizó en Miami tratando de superar también la última crisis con su pareja de entonces, Juan Pablo Vicuña, padre del que hoy es una de las más rutilantes estrellas de la televisión chilena, Benjamín Vicuña, pareja de la modelo argentina Pampita.
El primer encuentro entre Thieme y Lucía se extendió hasta muy tarde en la noche. Ella debía viajar a Tampa dos días después y él a visitar a su madre y a su hermana en Orlando. Decidieron hacer juntos el trayecto en el automóvil Porsche de la mujer para seguir hablando de otros temas. Era evidente que habían simpatizado. De allí, continuaron viéndose con creciente frecuencia hasta casi un mes después, cuando la hija del general viajó por dos semanas a Chile. La cariñosa despedida en el aeropuerto reveló que la relación estaba entrando a terrenos más profundos.
A su regreso, Thieme la invitó a pasar unos días en Santo Domingo, República Dominicana, aprovechando que debía finiquitar los detalles de la fabricación de dos mil sillas para un auditorio donde sería recibido el Papa Juan Pablo II. Se instalaron en un hotel y comenzó un abrasador romance, en medio de las esmeradas atenciones de los nostálgicos partidarios del dictador Rafael Trujillo, fascinados con la presencia de la hija mayor del militar que había derrotado al marxismo en Chile.
La pasión los consumía y de vuelta en Miami decidieron vivir juntos y compartir los gastos en el pequeño departamento que Lucía tenía en la zona de Key Biscayne. Thieme cambió los muebles, redecoraron el dormitorio y se dispusieron a entretenerse, a pasarlo bien, a amarse como si el tiempo hubiera retrocedido.
Recuerdos de Thieme
"Me había pegado una vuelta de tres meses a Chile en las elecciones de 1989 y había partido al sur como buen soldado nacionalista a apoyar a Eduardo Díaz Herrera en su campaña a senador. Ahí me acerqué nuevamente a Pablo Rodríguez y a todos los ex miembros de Patria y Libertad que tenían esperanzas en la coyuntura de la vuelta a la democracia y habían levantado a Pablo como precandidato a la Presidencia. Es más, me inscribí en el Partido del Sur como precandidato senatorial por la Novena Circunscripción Norte. Creí que por fin se abrían espacios para nuestro proyecto político. En Santiago inscribimos las candidaturas de dos senadores y ocho diputados en medio de gran algarabía y de ahí, todos muy entusiasmados, partimos a la oficina de Pablo en calle Morandé, quien nos invita a la sala de reuniones, se sienta y dice: Bueno, los felicito por seguir con la bandera del movimiento, del nacionalismo… y tengo que reconocer aquí que el único que tuvo razón fue Roberto… Todos nos miramos y alguien preguntó: ¿Con respecto a qué…?
-Con respecto a este viejo de mierda de Pinochet…, respondió sin que se le moviera un músculo de la cara.
"Me dije a mí mismo: Al fin… Todos estos años de amargura, de incomprensión, de amistades rotas, para llegar a esto. Sentí ingenuamente que había llegado casi a la cima con toda la euforia y el entusiasmo de ser candidato.
"Volvimos al sur y empezaron las negociaciones por los cupos. Al fin Eduardo transó para conseguir financiamiento. A mi me explicó que estaba Francisco Prat al otro lado y me confesó que para su campaña parte de las platas iban a salir de La Moneda, donde estaba Alberto Labbé y otros próceres pinochetistas. También contaba con el apoyo del candidato presidencial Francisco Javier Errázuriz.
"Le dije que yo no iba a hacer campaña con platas del gobierno. Estaba dispuesto a salir a pie o a caballo, en lo que fuera, pero no con platas del gobierno. Entonces decidí retirarme, pero trabajé por Díaz, organicé los rayados y las pinturas. Quería que llegara al Senado y que le diera peso y dignidad a lo que fuimos como nacionalistas.
"Con la derrota de Díaz, yo me volví a Estados Unidos. Tenía a mi mujer embarazada.
"Pasaron cosas turbias con Eduardo Díaz en la campaña, turbias y muy desagradables.
"Pablo me mandaba cartas preguntando ¿qué pasó en el sur?, ¿qué pasó con las platas?, ¿qué pasó aquí? y ¿qué pasó allá? Se reinició una muy fluida correspondencia. Cuando asesinaron a Jaime Guzmán, Rodríguez condenó duramente a la DINA. En esas cartas pude ver a un Pablo que seguía estando contra la derecha y criticando las violaciones a los derechos humanos. Volví a creer en él.
"A comienzos de agosto le envié una carta contándole mi relación con Lucía. Esperaba una buena acogida, pero nunca más recibí una línea, ni un fax, nada. Esa carta mía coincidió con la visita de Lucía a Chile. Pablo la invitó a cenar y le dijo: Cómo te vas a casar con Roberto. Tú necesitas un hombre que tenga plata, que te apoye, que te proteja, que te saque adelante. Roberto no tiene un peso. Y acaso crees que él va a ganar el dinero que necesitas para el tren de vida que tú llevas. Esto es una locura que tienes que terminar ya…
"Lucía retornó a Miami y me lo contó todo. Ese era mi amigo".
DE VUELTA EN CHILE
Viajaron a Santiago a pasar las Fiestas Patrias. El 18 almorzaron con la familia de Thieme en un campo de Talagante y al día siguiente, tras la Parada Militar en el Parque O'Higgins, se dirigieron al Club Militar de Lo Curro, donde Pinochet y sus generales celebraban el Día de las Glorias del Ejército.
En el salón principal se vivía un ambiente de relajo y confraternidad. Unos 300 invitados departían mientras decenas de mozos servían una inagotable variedad de exquisiteces. Lucía, vestida de azul, era la única mujer presente.
En el centro del recinto se había instalado Pinochet junto a Aylwin y algunos de sus ministros. Hasta allí fue conducido de la mano el ex jefe operativo de Patria y Libertad.
-Papá, le presento a Roberto Thieme...
-Aaahhh… Usted amigo. Al fin lo conozco. Mucho gusto. Mire, le voy a presentar al Presidente…
La familia Pinochet Hiriart acogió a Thieme con calidez, pero de modo muy formal. Augusto, el mayor de los hijos, andaba con yeso y muletas tras haber sido baleado en una pierna por su primera mujer, la temperamental María Verónica Molina Carrasco; Verónica, la segunda hija, seguía casada con Julio Ponce Lerou, quien sólo aparecía para las grandes ocasiones; Jacqueline, la hija menor, estaba con su tercer marido, Iván Noguera Phillips, actual concejal de la UDI en la comuna de Providencia, tras dos fracasadas uniones con Jaime Amunategui y Guillermo Martínez Spikin; Marco Antonio, el menor, ya tenía una prolongada relación con María Soledad Olave Gutiérrez, integrante de la tercera generación en Chile de una familia que inmigró de España y se instaló en la zona de Talagante, transformándose en exitosos terratenientes que amasaron una fortuna con el vino y el aceite de oliva. La familia Olave tiene gran prestigio en las comarcas de Calera de Tango, Isla de Maipú, Talagante y Melipilla.
A comienzos de los 90 los Pinochet Hiriart vivían inquietos. Periodistas, políticos y abogados estaban hurgando en sus vidas, revisando sus negocios, molestando a sus amistades.
Roberto y Lucía, en cambio, se veían tranquilos. Entre ellos todo marchaba sin sobresaltos. Decidieron casarse en noviembre de 1992 en Miami y así lo hicieron previa firma de un acuerdo prenupcial de separación de bienes celebrado en la prestigiosa oficina de abogados Schutts & Bowen. Ella tenía tres o cuatro departamentos, acciones y varias cuentas bancarias.
Regresaron a Chile a pasar las festividades de fin de año con los Pinochet. Se instalaron en uno de los amplios dormitorios de la casona ubicada en la calle Presidente Errázuriz, vecina al barrio El Golf.
Intereses en el sur
Thieme aún era vicepresidente del Partido del Sur y su máximo dirigente, Eduardo Díaz, lo invitó junto a su flamante esposa a pasar unos días en Temuco y sus alrededores. Les pareció obvio que el dueño de la radio "La Frontera" quería sacar el máximo provecho posible de la visita de la hija del general en una región donde los partidarios del gobierno militar seguían siendo un número muy importante. Hospedada en un hotel a la entrada de Villarrica, la pareja fue visitada por antiguos amigos. Uno de ellos les propuso un negocio que pareció redondo: construir una fábrica de ladrillos refractarios elaborados con lava volcánica.
Lo consideraron una idea genial. Compraron diez mil metros de terrenos junto al volcán y se hicieron asesorar por ingenieros de minas que pidieron análisis de laboratorios a Santiago. Si el negocio resultaba como esperaban podrían venirse a Chile e instalarse en la región usándola como base principal para lanzar sus respectivas campañas políticas al senado y a la Cámara de Diputados. El desarrollo del proyecto requería tiempo y decidieron dejar todos los trámites y preparativos en manos del abogado Víctor Manuel Avilés, ex miembro de Patria y Libertad, ex colaborador de la DINA y amigo de los Pinochet.
De regreso en Florida, formaron la sociedad Villarrica Incorporated, para lo cual consiguieron el apoyo del banco Internacional, uno de cuyos gerentes era el chileno Guillermo Rossel, amigo de Thieme. Parte de los fondos obtenidos los utilizaron en montar una tienda de antigüedades que manejaría Lucía.
Por esos días unos brasileros solicitaron una entrevista con Thieme. Se presentaron como ejecutivos de la empresa de armamentos Avibras y afirmaron ser amigos del general Pinochet. Recordaron que habían participado en una operación de rescate del militar desde Ecuador luego que los servicios secretos de Brasil detectaran una posible detención del oficial chileno. Ellos habían acudido en un avión privado para sacar de noche a Pinochet y llevarlo a territorio seguro. Ahora, estaban interesados en participar en el proyecto del cohete Rayo que preparaba el Ejército que Pinochet comandaba. Y deseaban hablar con la hija del general para pedirle que intercediera a nombre de ellos con su padre. El que parecía ser el interlocutor principal se identificó como Helto Duarte.
En los días siguientes Lucía llegó a un acuerdo monetario con los brasileros para hacer lobby en Santiago y conseguir que el proyecto Rayo fuera entregado a Avibras. Tres semanas después llegó el empresario chileno José Avayú, vinculado a las importaciones automotrices, pero también un eficiente representante de las Empresas Rafael, de Israel, para tratar de convencer a la hija de Pinochet de que también mediara en por ellos.
Lucía empezó a viajar con más frecuencia a Chile y a insistir ante Thieme para volver definitivamente al país. En Santiago se reunía periódicamente con los oficiales Luis Irazabal y Carlos Kruhm.
Desde comienzos de 1994 las presiones de los brasileros e israelitas sobre Lucía Pinochet se hicieron cada vez más ostensibles. Ella los eludía sin mayor inquietud, mientras se acercaba cada vez más a su padre a quien acompañaba en sus frecuentes viajes a Londres.
Los hermanos, en tanto, no le podían perdonar a Augusto junior el desaguisado hecho en la construcción de una nueva casa en la hacienda de Bucalemu. Puesto al frente de las obras por su madre, el hijo mayor se había gastado gran parte del dinero, optando por reducir los costos usando mínimas cantidades de cemento, fierro y otros materiales. El, por su parte, no se inquietaba. Estaba más preocupado de Macarena, su vistosa nueva pareja, que no perdía ocasión para coquetear con Thieme y despertar los constantes celos de Lucía. Verónica, en tanto, sufría el lacerante dolor de la infidelidad: Julio Ponce se había enamorado de otra mujer y optado por separarse.
Los celos de Lucía Pinochet aumentaron. Ya no sólo eran las mujeres que se relacionaban con su esposo; también era Victoria, la pequeña hija de su anterior matrimonio que vivía en Fort Lauderdale y a la cual Thieme visitaba cada vez que podía. Inútiles fueron los consejos profesionales de una terapeuta de la Clínica Alemana y de Giorgio Agostini, sicólogo que la trató una vez por semana durante varios meses.



http://www.lanacion.cl/noticias/site/artic/20070224/pags/20070224212741.html

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